Luis Galván, un gigante de la defensa que peleó incansablemente contra rivales más altos y fuertes a pesar de su 1,68 metro de estatura, falleció este lunes a los 77 años, víctima de una infección renal que debilitó su cuerpo en los últimos días.
Nacido en Fernández, Santiago del Estero, enfrentó la adversidad desde niño al contraer Mal de Chagas, pero eso no lo detuvo en su camino hacia la gloria futbolística. Pasó además por Unión Santiago.
Su momento cumbre llegó el 25 de junio de 1978, en la final del Mundial de Argentina contra Holanda, donde tuvo un desempeño casi perfecto, ganando casi todos los duelos aéreos y terrestres, salvo el gol de Dick Nanninga, quien lo superó por 21 centímetros para el empate transitorio holandés.
Aquella tarde, compartió la máxima calificación (10) de medios como El Gráfico, Goles y Clarín con Mario Kempes, aunque los goles de “el Matador” acapararon los reflectores.
Un pilar de Talleres y compañero de Passarella
Galván se consagró como uno de los mejores marcadores centrales de la historia, formando una dupla inolvidable con Daniel Passarella en la selección dirigida por César Luis Menotti.
A pesar de las constantes proyecciones ofensivas de Passarella, que lo dejaban solo en la defensa, Galván siempre respondió con solidez.
La mayor parte de su carrera la desarrolló en Talleres de Córdoba. Este arraigo al interior, en un país centralista, pudo haber limitado el reconocimiento que merecía su figura.
En Talleres, Galván se convirtió en el jugador que más veces vistió la camiseta albiazul, un récord que comenzó gracias a la intervención de Ítalo Pauletti, un gerente del Banco Nación en Córdoba que apostó por él cuando nadie más lo hacía.

El peregrinar antes de llegar a Talleres
Y el primer intento de desembarco fue en Belgrano. En marzo de 1969, los celestes preparaban su excursión al Centenario de Montevideo como parte de la cláusula del pase de Juan Carlos Mameli a Nacional, cuando Galván llegó con todas sus ilusiones de formar parte de ese equipo que el año anterior había debutado con suceso en los Nacionales de AFA. “Estaban Reinaldi, Cuellar, Syeyyguil… era un equipazo. Yo me alojé en una pensión frente al Hospital de Clínicas junto a (Rubén) Lupo, que venía de Villa María”, recuerda el santiagueño.
El viernes 7 de marzo, Galván pisó por primera vez el césped de La Boutique… ¡con la camiseta de Belgrano! Fue en un amistoso ante Talleres, donde él formó parte del preliminar entre las reservas. Cinco días más tarde, el 12 de marzo, otra vez se presentó en barrio Jardín, esta vez como integrante del banco de suplentes de la “B”, que esa noche goleó 4-1 a Racing. “No ingresé, pero para mí ya era un triunfo haber estado allí”, explica Galván.
Después, Belgrano viajó a Uruguay y Galván se marchó a Santiago esperando que Unión acordase su pase al club de Alberdi, pero las negociaciones no prosperaron y el sueño de establecerse en Córdoba quedó para mejor ocasión.
Al año siguiente, Pauletti volvió a insistir para que realice otra prueba, esta vez en Instituto: “Fui con un lateral izquierdo de apellido Vega, pero no fue una feliz idea. Instituto era un caos, una desorganización extrema y el técnico, Augusto Fumero, ni siquiera nos probó”.
Villa Azalais, recién ascendido a Primera, fue la siguiente escala. “Estuve una semana, en una pensión que pagaba la directiva del club. Pero a los pocos días se sinceraron conmigo: ‘Mire Galván, nosotros no tenemos recursos para hacer frente a su pase, al contrato, ni a la pensión’.
En ese permanente peregrinar buscando un lugar, también vistió la camiseta de Argentino Central en un bizarro amistoso contra Escuela Presidente Roca, donde se alistó junto a otro santiagueño campeón del mundo: Juan Carlos Cárdenas. “El Chango”, luego de su consagración con Racing ante el Celtic escocés, se puso la casaca de “la Charla” y compartió equipo con quien ocho año más tarde alzaría la Copa Mundial.
Boyando de club en club, la oportunidad de echar raíces no aparecía. “Un día me cansé y ya tenía decidido volverme a Santiago. Recuerdo que ordené todas mis cosas en una valijita cuadrada de cuero cuando apareció Pauletti y me insistió en que me quedara unos días más para probarme en Talleres”, explicaba.
Al fin a la “T”
La “T”, conducida por Miguel Ponce, le brindó la oportunidad largamente anhelada. Tras jugar en la reserva con apellido cambiado –su pase aún no estaba concretado– el 19 de abril de 1970 se puso la “6” ante Peñarol, en partido de la quinta fecha del Torneo Clasificación disputado en “el Trampero” de Argüello. El titular, Carlos Alfredo Griguol, se había negado a jugar por diferencias en su contrato y así el equipo salió a la cancha con José Gómez; Carlos Deluca, Antonio Del Río, Luis Galván y Abel Montoya; Eladio Rodríguez, Roberto Cortez y Hugo Rivarola; Miguel Frullingui, Juan Carlos Rico y Humberto Taborda.
No fue el mejor debut: a los 39 minutos del primer tiempo, mientras formaba la barrera en un tiro libre a favor del local, un violentísimo remate de Carlos Ramos le impactó en la pera y lo obligó a abandonar el campo de juego, siendo reemplazado por Jorge Sofraniciuk. “Después del pelotazo, caminé 15 metros y me caí. Me asistieron, me preguntaron un par de cosas que no supe responder y entonces ordenaron el cambio”, cuenta sobre aquel incidente. El cotejo finalizó empatado sin goles.
Ese mismo año, Talleres ganó el derecho de jugar el Nacional y Galván se sentía en la gloria: “Imaginate lo que fue para mí pasar de las canchitas de Santiago a jugar contra los grandes de Buenos Aires. Debutamos ganándole a Racing de Avellaneda (2-1) y dos fechas después vencimos también a San Lorenzo (3-2). Lo malo era que había que viajar mucho en avión, algo que le tenía un miedo bárbaro”.
El lujo y el confort escaseó en los primeros pasos de Galván en Talleres. “A partir de mi debut –recuerda– (Miguel) Ponce no me sacó nunca más. Me consiguieron una casa en la calle Olimpia, a tres cuadras de la cancha, y allí fui a vivir junto a (César) Bartolomei, que venía de Villa Dolores. Eran tiempos difíciles, no teníamos sueldo fijo y sólo cobrábamos por punto ganado. En 1973 vi un aviso en el diario para un empleo en la Fiat y no dudé. Fui bien temprano, hice una larga cola y me tomaron porque tenía el título de maestro que me ayudó bastante”.
Con la llegada de Amadeo Nuccetelli a la presidencia, la suerte de Galván y sus compañeros tuvo un cambio radical. “Con ‘el Pelado’ empezamos a ver recibos de sueldo, aportes jubilatorios y a tener estructura de futbolistas profesionales en serio”, confesaba sin ocultar su admiración y agradecimiento al reconocido mandamás.
Después llegó la parte más conocida de Galván: fue pilar defensivo del Talleres que fue sensación nacional, lo que le allanó el camino para llegar a la selección nacional y consagrarse campeón mundial en 1978. Se mantuvo en su puesto, con algunas interrupciones derivadas de algunas desavenencias con la dirigencia, que derivaron en fugaces pasos por Loma Negra de Olavarría (1983), Belgrano (1984) y Central Norte de Salta (1985).