La Bombonera volvió a vibrar con el Superclásico

La Bombonera volvió a vivir su mejores tardes, después de tres años y pandemia mediante, para vestirse de fiesta con 54 mil almas, que volvieron a vibrar con el Superclásico del fútbol argentino.

Era el regreso esperado después de tres Boca-River sin público con las gradas vacías, sin el condimento especial que le da el hincha argentino a este tipo de partidos especiales.

En el 2004 el periódico inglés The Observer, la edición dominical de The Guardian había publicado en sus páginas que el clásico en la Boca es uno de los 10 espectáculos deportivos que hay que ver antes de morir.

Y esta vez el hincha de Boca quiso hacer gala de esa “profecía” y tres horas antes que comenzara el encuentro ya el estadio tenía a sus populares colmadas como en las viejas épocas de la “tercera, reserva y primera”.

El barrio de Quinquela Martín sabía desde la salida del sol que este no era un día más, era el esperado después de aquella noche del 22 de octubre del 2019, la última cita clásica.

Fue en la victoria por 1 a 0 del Boca del Gustavo Alfaro, que no le alcanzó y los dirigidos por Marcelo Gallardo se fueron, como en los últimos tiempos, festejando la clasificación a la final de la Copa Libertadores.

Se sentía en el aire de las calles con escalera pegadas al Riachuelo, que este no era un día más, era la vuelta de la fiesta máxima del fútbol.

Y se veía en la “previa” de la calle Irala un espacio tradicional donde los hinchas “Xeneizes” viven la “locura” a su manera.

“Birra”, “choripán”, “vacío” y algo más con la calle cortada por una cuadra y las banderas subidas a los balcones y los infaltables bombos.

“Sabes cuánto hace que esperábamos este partido, esta fiesta, más allá del resultado, acá celebramos la vuelta del “superclásico”. Y que gane Boca” dijo José Zelaya a Télam, con su piel curtida de muchos de estos partidos y sus ojos llenos de emoción.

La zona de Caminito, aquel de Juan De Dios Filiberto, también vivía una jornada distinta, cerca de ahí se veían las caras de Diego en las paredes, con las banderas azules y oro.

Centenares de turistas observaban con admiración, la pasión. el caminar rápido rumbo al estadio, el grito, la sinrazón del corazón del hincha.

El Alberto J. Armando abrió sus puertas a las 13, mientras largas colas por Brandsen y Del Valle Iberlucea esperaban con ansiedad el momento de entrar al “Templo”.

Cerca de ellos los vendedores de ilusiones de siempre, trataban de hacer su negocio: los gorros a 1.200 pesos, las camisetas a 3.000, los guantes a mil, todo vale, todo sirve.

Entremezclados con los puestos de chori, hamburguesas, bondiola y gaseosa que sacaban provecho económico del domingo esperado.

Mientras la seguridad rodeaba el barrio con 1200 agentes de la Policía de la Ciudad, junto a 300 de seguridad privada, con un operativo que dio comienzo a las 9 de la mañana.

Entre los primeros cantos se veían las viejas banderas de siempre: “La Boca único barrio de primera” “Siempre estaré a tu lado Boca Juniors querido” las dos a lo largo de los palcos que dan a la calle Iberlucea. Junto a ellas la de las arriba de ellas una que decía: “Boca contra todos, todos contra Boca y en el medio la 12”

A las 16.10 se escucha la primera gran silbatina, sale el plantel de River a hacer el precalentamiento, la pelada de Javier Pinola encabezaba el camino hacia el arco que da al Riachuelo.

En minutos la desaprobación se transforma en “alarido” Marcos Rojo en fila, con sus compañeros hacia el arco de casa amarilla y era el momento de “Esta tarde cueste lo que cueste, tenemos que ganar” la bombonera se mueve.

Desde los altoparlantes Jorge Formento, aquel locutor que hizo historia junto a Silvio Soldán en aquel “Feliz Domingo” de canal 9 decía de a poco los nombres de los protagonistas del “superclásico”.

Agustín Rossi, Marcos Rojo y Darío Bendetto se subieron al podio de los más festejados y muy cerca estuvieron los juveniles Alan Varela y Luca Langoni.

Mientras la “12” desplegaba todas sus banderas, sus trompetas, sus bombos y empezaba a preparar las gargantas.

Arriba en un palco vidriado, cerca del sector de prensa, los dirigentes de River encabezados por su presidente Jorge Brito y uno de sus vice Matías Patanián observaban expectantes a la multitud.

Enfrente Juan Román Riquelme en uno de los palcos que da Iberlucea miraba con admiración la fiesta, con su clásico termo y mate en mano al lado de su hermano el “Chanchi”

Debajo de él, “centenares” de plateístas movían banderas boquense con mástil de un lado hacia el otro.

Faltaban minutos y en el medio de la expectativa se desprende un telón dentro del campo de juego que cubre a lo largo el terreno y lo dice todo: “Boca el único grande” arriba en el palco de los dirigentes millonarios, éstos esbozaban una sonrisa, es el folklore del fútbol en su máxima expresión.

Los globos largos azules y amarillos ocupaban todos los sectores, plateas y populares por igual y el el grito cada vez es más fuerte con el recuerdo en los cantos del paso de River por la “B”.

Y salieron los equipos pero esta vez como en las viejas épocas, los jugadores de Boca no esperaron a los de River y no pasaron por debajo del cartel que auspicia la Liga y se fueron al medio a levantar los brazos.

El humo azul y amarillo invadió el ambiente, los juegos artificiales también: “el dale Boca dale” atronó hasta mover los cimientos del viejo estadio inaugurado un 25 de mayo de 1940.

Quizás los 130 países que ven el partido en directo, esperaban esto más que el juego, la pasión del hincha inigualable a otros lados de al Tierra.

La fiesta estaba servida, faltaba que Darío Herrera dieron la orden de comenzar a mover la pelota, un nuevo Boca-River estaba por dar a luz, un espectáculo único, un sello del fútbol argentino.

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